(Ir a Parte I)
—La verdad es que estoy un poco enfadada con tu hermana.
—¿Con mi hermana? ¿Por?
—La he llamado esta tarde, llorando, para contarle lo de la antimülleriana y ella se ha mantenido fría y realista. Demasiado realista. Me ha dicho que efectivamente no es un buen dato, pero que seguro que se puede hacer algo. Ella no sabía al principio de qué hormona se trataba. Parece ser es muy novedosa. Es un valor bastante fiable acerca de la reserva ovárica. Yo tengo una baja reserva ovárica. Me siento como el libro ese de Dorian Gray. Cuando me miro en el espejo me veo envejecida y contrahecha. Bueno. Tu hermana me ha dicho que todavía es pronto para saber nada. Que tendrán que hacerme más pruebas. El recuento de óvulos y todo eso. Que a lo mejor me tienen que dar no sé qué pastilla para estimular mis ovarios. Claro que ella es anestesista y tampoco sabe demasiado sobre el tema. Le he dicho que tengo cita el día 16, cuando me baje la regla.
—Desde que te conozco has tenido cien enfermedades mortales y nunca te ha pasado nada.
—Sí, pero esto es diferente. Esta hormona es real. ¡Y pensar que me la detectaron hace seis meses y yo nunca le había hecho ni caso hasta que la ginecóloga me dijo que estaba bajita…! Malditas pruebas. Deberían estar prohibidas. Mi hermana Agustina tardó un año y medio en quedarse preñada. Igual tiene la antimülleriana por los suelos y no lo sabe. Es como cuando te hacen un estudio para saber si vas a padecer Alzheimer. ¿Qué se gana sabiéndolo? Nada. Más que sufrimiento innecesario. Aunque Lola la psiquiatra y tu hermana coinciden en que sí es necesario saberlo para que vayamos tomando cartas en el asunto. Yo creo que no es para tanto, solo llevamos ocho meses intentando lo del bebé.
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